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ILUSTRACIÓN: MARTÍN OLMOS
El placer del rencor
Sociedad

El placer del rencor

<strong>Mientras en el plano emocional los resentidos no gozan de buena imagen</strong>, en el ámbito público puede ser motivo de admiración si adquiere la apariencia de resistencia heroica

JOSÉ MARÍA ROMERA

Domingo, 27 de septiembre 2009, 04:44

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Su alma mira de reojo; su espíritu ama los escondrijos, los caminos tortuosos y las puertas falsas; todo lo encubierto le atrae». Así retrata Nietzsche la figura del resentido, ese ser que vive acompañado de sus quejas, sus heridas y sus agravios como si no pudiera o no supiera desprenderse de ellos. Re-sentirse es, en efecto, sentir de nuevo, prolongar la experiencia dolorosa más allá de su ciclo natural sin permitir que caiga en el olvido, mantener la hostilidad hacia aquel o aquello que consideramos causante de nuestro infortunio. Tildamos de resentidas a las personas sumidas en una continuada amargura, fruto por lo general de un daño remoto, ya sea la huella del abandono padecido en la infancia, ya un desaire amoroso o una injusticia en el ámbito del trabajo o en cualquier otra esfera de la relación humana. Pero también hay otros resentimientos difusos asociados a un malestar sin culpable definido. Es el caso del «¿qué habré hecho yo para merecer esto?», expresión de lamento y también de denuncia ante una injusticia de orden cósmico de la que uno se siente víctima de nadie en particular y anda en busca de un verdugo a quien acusar. Entonces el corazón dispara sus balas contra algún chivo expiatorio.

El resentimiento ha existido siempre, pero en la vida moderna se ha erigido en un rasgo especialmente definitorio de la época. La mecánica del victimismo impregna gran parte de las actitudes en todas las escalas, desde la política hasta la más privada. Estar resentido contra un país opresor o contra el padre autoritario legitima cualquier manifestación de rebeldía, y aún más: parece que otorga una especie de superioridad moral que agrega un suplemento de persuasión a los argumentos de la supuesta víctima. Pero, mientras en el plano emocional los resentidos no gozan de buena imagen, en lo público el resentimiento puede ser motivo de admiración y alabanza; no olvidemos que el resentimiento adquiere la apariencia heroica de la resistencia, el tono brillante de la revolución.

Vivir en la queja

Si bien se mira, hay postulados políticos que encuentran en el resentimiento su razón de ser y a la vez su «modus vivendi». Un grupo social o un pueblo que pelean por su libertad y logran conquistarla no son resentidos, porque al alcanzar su meta el sentimiento que les impulsaba a la lucha puede ser sustituido por otros más positivos.

Pero cuando se vive en la permanente queja enfurruñada, eso autoriza a creerse con una singular fuerza moral que algunos interpretan como virtud y mérito. Si eso desapareciera, perderían sentido esos ideales y dejaría de estar legitimada una causa basada sólo en el hecho de sentirse sojuzgado y perseguido.

¿Es lo mismo estar resentido que ser rencoroso? No exactamente, aunque muchos autores consideran que rencor y resentimiento son sinónimos. Ambos pertenecen a las «emociones malas» lindantes con el odio, la envidia y el afán de venganza, pero mientras el resentimiento apunta más hacia el interior del resentido, esto es, hacia su estado de ánimo, el rencor se concentra más obsesivamente en el objeto. Por eso es más vengativo. «Guardamos rencor» a alguien como esperando la ocasión de cobrarnos la deuda. Una vez satisfecha ésta, el rencor puede desaparecer, cosa que no ocurre tanto con el resentimiento porque es una emoción con vocación de eternidad.

Pero también es cierto que el rencoroso pocas veces se conforma con la reparación del mal sufrido; cuando también él quiere prolongar el sentimiento de agravio, mezcla rencor y resentimiento en una combinación explosiva. Es lo que señala Robert Solomon en 'Ética emocional' al recordar esos «terribles productos del rencor» que ha dejado la Historia en forma de aniquilación de ciudades enteras, incluso de imperios. Va más allá del simple odio, cuyo objetivo es destruir, dañar o humillar al otro. El rencor unido al resentimiento es autodestructivo. Se dice a sí mismo: «Si yo no puedo estar bien, que nadie lo esté», en vez de tratar de apaciguar el dolor. El rencoroso puede llegar al extremo que llega Medea cuando decide asesinar a sus propios hijos con tal de hacer daño a su esposo Jasón. Solomon pone el ejemplo de los terroristas suicidas, unos seres que por encima del fanatismo llevan impresa la marca de un rencor resentido, que les lleva a «inmolarse» en orgías de sangre.

Está visto que los humanos buscamos denodadamente la infelicidad, y una de las principales formas de alcanzarla es vivir asentados en el rencor y el resentimiento.

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