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Juan Carlos Ramos, 'El Karulo', saca de la calle a chavales de uno de los barrios más duros de la periferia de Barcelona y los convierte en campeones de la lucha grecorromana. FOTOS: VICENS GIMÉNEZ
Los luchadores de 'El Karulo'
Sociedad

Los luchadores de 'El Karulo'

«Muchos amigos míos están tirados en la calle, sin hacer nada. Ni trabajan, ni estudian. Sólo fuman»

MÓNICA BERGÓS

Jueves, 21 de enero 2010, 08:18

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Juan Carlos Ramos, 'El Karulo', abrió los ojos en una mugrienta chabola hace 39 años. Se crió en la marginalidad de los peores años de La Mina, un pequeño Bronx en la periferia de Barcelona de 9.000 habitantes, con mucha historia negra y delincuentes legendarios de la talla de 'El Torete' o 'El Vaquilla'. Pero supo encontrar una salida del gueto de la mano del deporte. Volcado en la práctica de la lucha grecorromana, se dejó la piel en el tapiz durante jornadas maratonianas y consiguió llegar a la élite. Once veces campeón de España, entrenó para las olimpiadas de Barcelona, Atlanta y Sidney, aunque no llegó a estrenarse en ninguna de las tres ocasiones.

Sus mejores 'medallas' son los chavales del barrio. Todos conocen y admiran a 'El Karulo'. Es su ídolo. Hace nueve años fundó el club de lucha libre y grecorromana La Mina para que otros muchos jóvenes marcados por el estigma de la marginalidad pudieran, como él, labrarse un futuro sudado en el tatami. Muy lejos del trapicheo y la heroína. Su esfuerzo y resultados han revolucionado el barrio. Hoy el club es un referente estatal. Se ha llevado sucesivos campeonatos de España en las categorías más jóvenes y logrado excelentes resultados en competiciones europeas.

Más allá de sus méritos deportivos la lucha consigue día a día lo que no han logrado las escasas políticas sociales: que muchos chavales conflictivos cambien el porro por valores cívicos como el respeto, la disciplina, la puntualidad o la higiene. En casa no tienen mayores referentes que una madre con problemas de drogadicción o un padre en chirona. 'El Karulo' y su equipo combaten el absentismo escolar en estrecha relación con los colegios, imponiendo desde el primer día una consigna inquebrantable: si no vas a clase no puedes ir a entrenar. No es ninguna broma en un barrio donde tres de cada diez chavales de Primaria prefiere la calle a las clases de Matemáticas o Lenguaje, y en Secundaria las aulas están prácticamente vacías: hace novillos nada menos que el 70% del alumnado.

Pero la autoridad de Juan Carlos va a misa. Logra de estos chicos el respeto y la confianza que niegan a muchos profesores y trabajadores sociales. «Lo importante es que me ven como uno de ellos. Porque me he criado aquí y ellos saben que yo me muero por mi barrio», jura este fornido entrenador. «Muchos ven en mí a la familia que no tienen, me piden consejo, me colman de besos y abrazos. porque precisamente lo que ofrecemos en el club son los valores de la familia a los que están más necesitados de ella».

Manel García es a sus 18 años una de las jóvenes promesas del club, donde se instruye desde niño. Vencedor de numerosos torneos internacionales, está becado en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat (CAR), aunque sigue entrenando en el gimnasio de La Mina dos tardes a la semana. Compagina el deporte con el trabajo en el bar-restaurante de su familia. Tiene muy claro cuánto le debe a la lucha. «Aquí he aprendido muchas cosas: a respetar, a tener orden, a ser persona. Nada de esto lo habría tenido si me hubiera quedado vagueando por las calles». Juan Carlos es su segundo padre. «Me ha enseñado casi todo lo que sé en la vida».

Toscos e ingenuos

Musculoso, bajito y con mirada azabache, vivaz y guerrera, Manel entrena sobre la colchoneta junto a sus compañeros Óscar Parra y Killian Hernández, siguiendo las instrucciones de su maestro. Su rostro parece desencajarse por el esfuerzo en uno de los ejercicios más intensos. «¡Métele más marcha!», le grita 'El Karulo'. Luego se calla y concede a los chavales unos minutos de descanso que aprovechan para posar para el fotógrafo y atender las preguntas de la periodista.

Les encanta. Se deleitan con la sesión fotográfica. Enseñan, orgullosos, sus trabajados pectorales, miran a la cámara con teatralidad, ensayando su mejor pose.

«Ahora sí que la hemos liado, no sabes lo narcisos que son», les suelta a la cara.

A través del objetivo pueden parecer toscos, curtidos por el entorno, pero conservan una pizca de la ingenuidad de la niñez que dejaron atrás hace pocos días.

En este gimnasio, todos son conscientes de que su vida sería muy diferente sin las oportunidades que les ha ofrecido el club. La delincuencia y las drogas siguen latentes en el barrio. El 40% de su población es de etnia gitana y vive también de la venta ambulante en mercadillos y de lo poco que da de sí la chatarra.

«Muchos amigos míos están tiraos sin hacer nada, sin trabajar ni estudiar, fumando por ahí», reconoce Óscar Parra. Hijo de un mecánico-electricista, ha logrado el quinto puesto en los campeonatos de Europa júnior. Su reto para el próximo curso no es pequeño. Quiere ir a la universidad y estudiar primero de Ingeniería Informática sin dejar los entrenamientos en el centro de alto rendimiento de Sant Cugat.

«Las vidas de estos muchachos están encarriladas», explica repleto de orgullo Juan Carlos. Pero no lo consiguen con todos. «Estos son algunos de los alumnos más aventajados. Es verdad que hay chicos que empezaron desde pequeños en el club y que han vuelto a caer por desgracia en el rollo de barrio marginal. Por cualquier tontería se enredan en problemas con la ley, por alguna pelea callejera o porque se pasan con las drogas. Esto nos duele mucho».

«¡Todo no es purria!»

Killian Hernández es un caso atípico en el gimnasio. Su padre es informático y su madre, auxiliar de clínica. Ambos le apoyan fuera y dentro del tapiz donde entrena con Óscar y Manel. Killian ya va a la universidad. Primero de Educación Física. «Lo más importante es conseguir llevar adelante deporte y estudios y no perderse en el camino. Y mis padres siempre me han ayudado en todo, es fundamental». Lo dice porque algunos de sus colegas lo tienen francamente complicado en casa, con los 'viejos' en la cárcel o atrapados por las drogas.

Circunstancias que afectan inevitablemente a su rendimiento deportivo. Killian pisa con la misma firmeza el tapiz del club y el duro asfalto de la calle. «Es difícil quitarse el estigma de la marginalidad asociada a esta zona. Cuando digo que vengo de La Mina, la gente me mira mal». Pero crecer en un entorno hostil también puede tener sus ventajas en la alta competición. «Por sus circunstancias, estos chavales tienen un instinto guerrero que es fundamental para ganar torneos en este deporte», cuenta el alma del gimnasio. Por eso La Mina se ha convertido en una cantera de luchadores que llevan el nombre del barrio por medio planeta.

«A ver cuándo se deja de hablar de vaquillas, toretes, perros callejeros y toda la mandanga y todos conocen lo bueno de este barrio, que también lo hay. ¡joder! ¡que no todo es purria!». 'El Karulo', «'minero' hasta la médula», tiene muy claro dónde están sus raíces. «Podría estar en clubs mejores, en una situación más cómoda, pero yo nací aquí y aquí me quedo. Nacimos en las barracas y en las barracas moriremos. ¡ja,ja,ja!».

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