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ALBERTO PIQUERO
Sábado, 23 de octubre 2010, 12:47
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Habrá que decirlo desde el principio para no llevar al lector a malentendidos. Aunque Pilar Sánchez-Vicente (Gijón, 1961) dispone de un estudio o despacho en el que escribe la última redacción de sus obras, lo cierto es que crear, las crea en el tren de cercanías que une Gijón con Oviedo (donde desarrolla su función profesional en tareas estadísticas) y viceversa. Media hora de manuscrito cuando comienza el amanecer y otra mitad de la esfera del reloj a la vuelta a su domicilio gijonés de la calle de Mariano Pola, en el barrio de Natahoyo. Del espacio de ese vagón ferroviario no podríamos dar más noticias que las que quisiéramos imaginar. Aunque sabemos por la autora que el resultado de esa labor literaria cotidiana ronda los dos folios, que multiplicados por las cincuenta y dos semanas del año y por el tesón a prueba de inconvenientes que caracteriza su personalidad, han dado mucho de sí.
El pequeño y agradable gabinete de su vivienda en el que reescribe las versiones definitivas, está poblado de libros, recuerdos y detalles de sus viajes. Libros del género de la novela negra en el que ella se estrenará el próximo diciembre, con Operación Drácula, diccionarios diversos, volúmenes ensayísticos y gran profusión historiógráfica. Fotografías de infancia y juventud. Y muñecas rumanas, una diosa colombiana, una jaula típica del pueblecito tunecino de Sidi Bu Said, una madreña a modo de maceta que sostiene grandes setas artificiales, relieves chilenos y bonaerenses, en fin, el mundo por los anaqueles y un cartel que informa de que estamos en zona de fumadores. Y velas encendidas para disipar el humo del tabaco. Para acompañar, se sirve en una copita labrada danesa un chupito de whisky Islay Single Malt, que dice que es lo único que bebe además de sidra, pintas de Guinness u orujo de miel de LAyorán. El ambiente está creado y nos contempla la pequeña figura de porcelana de una niña leyendo, que le regaló su madre al cumplir los doce años. Una suerte de pronóstico acertado.
«Desde niña, tenía muchas historias escritas y guardadas en un arcón. Creo que fue a los once o doce años cuando ya tenía un cuento en el que profetizaba que las mujeres serían las que mandaran en 2010. Claro, siendo la hermana pequeña de tres varones, algo tenía que hacer para defenderme», bromea.
Madre de un hijo, Héctor, también asegura que si hubiera tenido en la progenie a una chiquilla, «jamás le hubiera dejado ver las películas de Walt Disney, en las que todas las niñas son tontas». La clarividencia ya la estampó académicamente al concluir su licenciatura en Historia, en la Universidad de Oviedo, con la tesina dirigida por Ignacio Ruiz de la Peña que tituló La condición jurídica de la mujer en la Edad Media, de la que se desprenden algunas conclusiones sorprendentes:_«En los Fueros Municipales de Santiago, encontré hasta setenta profesiones femeninas diferentes. Es a partir de la Edad Moderna que se produce el declive de la mujer, por los mandatos de la Iglesia Católica y el poder burgués». Tampoco advierte beneficio para el sexo femenino en la Revolución Francesa. A saber, «Olimpia de Gauges redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, en paralelo a los concebidos para el hombre ciudadano, y los revolucionarios le dieron muerte».
Acompaña esas disertaciones con una risa contagiosa que aligera el dramatismo de los hechos. Vital y aparentemente llena de optimismo. «Será genético dice entre nuevas risas me resulta muy difícil ver la botella medio vacía y me levanto enseguida de los malos momentos». Lo explica, por otro lado, en clave literaria:_«Escribir te permite salir de la historia, verla desde fuera».
Con ese ánimo pasó del arcón de los cuentos, a publicar Comadres (KRK, 2001), o Gontrodo, la hija de la Luna (KRK, 2005), «que coincidió con el año de la muerte de mi padre y hasta ahora, dicen, es mi mejor novela. Uní sentimiento y conocimiento. Desde que vi su lápida en el Museo Arqueológico, fue una obsesión volver a darle vida».
Llegó después La diosa contra Roma (Roca Editorial, 2008), una senda narrativa acerca de los orígenes de Asturias poco explorada entonces, que siguieron otras colegas en el arte novelístico, como Isabel San Sebastián y su obra Astur. Pilar Sánchez-Vicente opina que el libro de Isabel San Sebastián carece de «profundidad histórica», esa documentación en la que ella porfía a brazo partido.
En la actualidad, tiene en el telar dos creaciones en marcha, de las cuales llegará a los escaparates, como decíamos, el próximo diciembre, Operación Drácula.
«Después de pasarme la vida leyendo novela negra, parecía que debía adentrarme en la escritura. Trata acerca de una red de explotación sexual de chicas rumanas, que son el 70% de la mujeres que sufren en España estas circunstancias. Tras la muerte de Ceaucescu, tomaron este rumbo. Y las mafias son muy poderosas».
La protagonista es la inspectora Ocaña, y fiel a su rigor documental, Pilar Sánchez Vicente viajó a Rumanía para recabar información en La diosa contra Roma, Pompeya fue un destino de investigación tan importante como el paisaje de La Carisa, que asimismo obtuvo por vías policiales y fuentes periodísticas.
Tampoco le falta la comprensión de algunas escenas de acción los fines de semana, al pie de su ventana. La provisión le viene de una discoteca próxima que desparrama por la calle los encuentros violentos entre pandillas. «Una noche escuché voces, como si estuvieran al lado de mi dormitorio». No se equivocaba. Un chaval había trepado la farola colindante hasta la altura de su vivienda, un segundo piso. «Desde abajo, le animaban a lanzarse a la acera». El vértigo del género negro.
En carpeta distinta, aguarda Luciérnagas en la memoria, «sobre la guerra civil, los fugaos y el exilio», para lo que completó las indagaciones en Argentina, entre los descendientes de exiliados.
De la memoria histórica, dice que «no hemos superado el franquismo. Ni nadie tiene derecho a impedir que se desentierre a los muertos en Asturias, hay 300 fosas localizadas ni a enterrar nuestra historia».
Si no fuera porque escribe en el tren, sería el maquinista o el fogonero. Un espíritu inquieto y fogoso.
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