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culturas

El grito de piedra

PPLL

Viernes, 24 de diciembre 2010, 10:55

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«Para algunos era como si alguien viniera a este mundo con la exclusiva misión de escandalizarlos. O de tomarles el pelo. Obtusa pretensión. Nada más lejos de la realidad.Yo sólo quería encontrar una mirada alternativa, otra forma de ver y hacer cine, una manera de vivir y dejar vivir, haciendo cine o literatura. O tocando el trombón. Desafinando, si fuera preciso».Son las palabras con las que Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) se refiere a la pésima acogida que crítica y público dispensaron al estreno de su tercer largometraje,Aoom, en el Festival de Cine de San Sebastián de 1970.

El fracaso fue total. La película se quedó sin distribuidor y nunca llegó a exhibirse comercialmente, por más que obtuviera los favores del mismísimo Sam Peckinpah (que la vio en un pase privado organizado por el propio Suárez y entabló a partir de entonces una sólida amistad con el cineasta ovetense) o que el periódico La Libre Belgique la considerase «la obra más original y más poética del festival, la más digna a nuestros ojos de la Gran Concha de Oro». En España, sólo Miguel Marías y Juan Cueto otorgaron su confianza a aquel joven cineasta que había osado contravenir los principios de la cinematografía de la época, y la incomprensión generalizada hizo que el filme acabara cayendo en el olvido.

Sinembargo, y contra lo que vaticinaban sus muchos detractores, jamás llegó a morir del todo. A medida que pasaba el tiempo y Suárez iba consolidando su carrera con títulos como Epílogo o Remando al viento,Aoom se convertía en una película de culto que hoy, cuarenta años después de su fallida puesta de largo y cuando ha pasado un lustro desde su reedición en DVD, se revela como una de las obras más originales, vanguardistas e iconoclastas que ha dado el cine español en toda su historia. Un breve esbozo del argumento ya da idea de lo descabellado de la propuesta: el actor Ristol (encarnado por Lex Barker después de que Suárez estuviese a punto de contratar a Orson Welles para el papel) ha entrado en decadencia y, cansado de sí mismo y del mundo, se desliga mentalmente de su cuerpo y termina instalándose en el interior de una muñeca que acabará en poder de su secretario (Luis Ciges),al que la amante del galán (Teresa Gimpera) trata de encontrar, en una persecución tan caótica como surrealista, acompañada por un variopinto elenco de secundarios con los que recorrerá una buena parte del concejo de Llanes. Porque Aoom supuso, además, el descubrimiento del oriente asturiano por parte de Suárez, aunque hoy él prefiere decir que «fue el oriente asturiano el que me descubrió a mí; yo sólo iba a pescar con cámara en mano, en lugar de caña, y sin cebo». El flechazo, por lo que parece, fue mutuo, porque Suárez convertiría el litoral llanisco en uno de sus escenarios predilectos (allí volvería en Remando al viento o Mi nombre es Sombra, por poner solo dos ejemplos) y las playas y acantilados de ese rincón de la geografía asturiana acabarían por configurar casi un rasgo de estilo más de su obra fílmica.

Pero volvamos a aquel primer encuentro, del que Suárez recuerda «el impulso que me llevó a hacer Aoom con un excesivo empeño de tratar el paisaje exterior con compulsivas pinceladas del paisaje interior y encontrarme así con una especiede confluencia de la imagen con el sentimiento de un instante que no ilustraba tanto un guión previo como un estado de ánimo en el que la búsqueda prevalecía sobre el hallazgo». En efecto, en el filme la cámara se mueve con tanta soltura como audacia para dibujar planos increíblemente atrevidos, a ratos inverosímiles,que no dejan de constituir una metáfora, acaso involuntaria, del propio proceso de trabajo.En 1969, el equipo de rodaje, reducidísimo, se trasladó a la costa de Llanes para dar cuerpo, con una Arriflex de manejo manual, a un filme que apenas tenía guión tansólo un mínimo bosquejo de argumento pergeñado sobre otro anterior que Suárez había pretendido rodar en Normandía y que casi se iba escribiendo a medida que se rodaba. La comitiva se instaló en la fonda de Maruja, en Celorio, y desde allí fue desplazándose hacia enclaves como la playa deToró, la ermita de San Martín, los acantilados de La Olla o el cementerio de Niembro.

Cada cierto tiempo, Suárez y su gente revisaban el material en el viejo Cinema Pontbal de Posada, una sala que puede presumir de haber sido la primera que proyectó imágenes de Aoom, y en ocasiones lacalidad de las copias del laboratorio era tan mala que salían de allí «maltrechos y cabizbajos,como si nos hubieran apaleado, preguntándonos qué locura estábamos haciendo». El presupuesto, además, escaseaba. «El dinero», cuenta Suárez, «desapareció, y nunca volvió, a mitad de rodaje, y mientras nosotros seguíamos trabajando desesperadamente, el director de producción, Enrique Esteban, convencía con inefable entusiasmo a un pastelero o al dueñode un restaurante a los que siempre estaré agradecido». Pese a todo, el cineasta recuerda las condiciones en que se materializóAoom como «maravillosas e irrepetibles:cada día se inventaba lo que se rodaba, y sabíamos que no volveríamos a trabajar con ese grado de demencial libertad». Así, a trancas y barrancas, fue saliendo adelante un filme que bebía directamente de los postulados de la Escuela de Barcelona («no hay que olvidar advierte Suárez que yo contribuí el primero a eso que luego se dio en llamar Escuela de Barcelona al tiempo que Barcelona influía e nmí», e invoca los nombres de Jacinto Esteva y Joaquim Jordà «por haber homologado on su inteligencia y talento la denominación de la Escuela») y que ha dejado para la historia personajes tan memorables como el loco de amor, la bella desconocida, la bruja del bosque o el detective Williams, además de unas cuantas escenas que han terminado concediendo a esta película de culto un lugar de honoren el imaginario colectivo de muchos cinéfilos, como aquella en la que el actor Ristol consuma su definitiva conversión en piedra antes de proferir el grito que da título al largometraje.

A pesar del varapalo de San Sebastián («la acogida de la crítica no fue fría, sino agresivamente horrorosa», matiza el director) y de que Suárez fue poco a poco formalizando sus pretensiones fílmicas, el cineasta ovetense igual que su amigo Peckinpah, que después de ver la película quiso pasar unos días en el oriente asturiano nunca llegó a olvidarse de Aoom. Lo prueba el hecho de que en 2005, y contra todo pronóstico, revisitara sus escenarios en un mediometraje, El genio tranquilo, que se estrenó en el Café Pinín de Llanes y que, según sus propias palabras, «no constituía ninguna reivindicación, sino, una vez más, un fáustico intento de detener el tiempo» con el que sintió «añoranza y vértigo». El director se alegra, no obstante, de que Aoom haya logrado pasar el siempre temible examen de los años. «Me gratifica comprobar que la película recupera un lugar en la memoria concluye pero creo que ahora sería imposible hacer y estrenar una película así». Si en su día no se entendió aquel híbrido entre la divagación existencialista, la historia de amor, el cine de aventuras y el delirio surrealista, a día de hoy el filme va camino de ocupar el lugar que merece en la historia del cine español. Cuarenta años después de su primera (y única) proyección en una sala española, el grito de Aoom sigue resonando.

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