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Oviedo

Cuando la artillería bajó a La Vega

La Fábrica de Armas de Oviedo nació en 1794, pero fue en 1857, hace 150 años, cuando se trasladó a La Vega

ANA FERNÁNDEZ ABAD

Domingo, 7 de octubre 2007, 12:24

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Trescientos vascos llegaron a pie, en pleno invierno, atravesando montañas. Viajaron durante cinco semanas hasta lograr su objetivo, instalarse en Oviedo para fundar una fábrica de armas. Llevaban con ellos a sus propios cirujanos, parteras y curas para confesarse en vascuence, cuentan los historiadores. Carlos IV consideraba que la zona fronteriza no era segura para esta industria; corría 1794, el Terror posterior a la Revolución gobernaba Francia y una Real Orden firmada en Aranjuez cambió para siempre la vida industrial de Oviedo. Al principio, la producción era casera y los oficiales acumulaban las armas recogidas en unos cobertizos instalados en la huerta del Palacio del Duque del Parque, junto a El Fontán.

63 años después, en 1857, el Ministerio de la Guerra dejó de pagar el alquiler de 6.475 reales de la casona. El Ayuntamiento había ofrecido al Estado unos terrenos medidos en varas en La Vega, zona situada «a un cuarto de legua de Oviedo», según un documento de la época. «El Ayuntamiento se aparta y desiste por sí propio y por los demás que le sucedan en el mismo cargo de todo derecho o acción que pudiera corresponder», reza la escritura del acuerdo entre administraciones, gracias a la que el 10 de junio de 1857 entraron los primeros trabajadores de la Fábrica de Armas de Oviedo a su nueva sede, un antiguo convento de monjas benedictinas.

Amador García, actual presidente del comité de empresa, conoce esa sensación de la primera vez. Un salto en el tiempo lleva a 1962, año en que él entró en la Escuela de Aprendices como miembro de «la primera promoción 'civilizada', porque hasta esa época eran aprendices militarizados». Explica que le impresionaron el trabajo, la seriedad y la disciplina. Aún recuerda una de las frases pintadas en las paredes del complejo: «Aprende para la vida, no para la escuela».

Ahora se encarga de negociar con Santa Bárbara Sistemas un futuro laboral poco claro, lejos ya de aquel niño de 14 años que vestía un uniforme con un tabardo azul, la marca de los aprendices. Los 320 empleados que tiene La Vega en 2007 viven una incertidumbre similar a la que soportaron sus predecesores, 150 años atrás o incluso antes, ante el posible traslado e integración en la fábrica de Trubia.

Carta a Isabel II

Desde los inicios hubo crisis. El delineante Santos A. Cañal las recoge en sus trabajos de investigación sobre la historia de la factoría, publicados por el Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA). Una de ellas la provocó el Ayuntamiento en 1902, cuando casi se suspenden los trabajos por falta de suministro de agua. Otra, más seria, se dio entre 1823 y 1825, años en los que la producción de armamento cesó con el retorno del rey Fernando VII y «cientos de familias laboriosas imploraban limosna por las calles con el rubor en los semblantes y la amargura en el corazón, siendo todo su anhelo tener trabajo para vivir sin mendigar», resume Cañal.

Menciona más, como la que tuvo lugar en 1815, antes del cambio a La Vega, en una ciudad plagada de talleres caseros. Esta crisis propició el posterior traslado y la agrupación de profesionales en La Vega. Corrían rumores de que la Fábrica de Armas de Oviedo iba a trasladarse por completo al taller de fundición de Trubia. El alcalde dirigió una carta a Isabel II para que no abandonara la capital. «Es el único centro industrial que tiene Oviedo y la joya más querida, porque su numeroso personal es una parte considerable de su población, arraigada e identificada en todo con ella», esgrimía el regidor en su misiva.

«Lo que tenemos ahí es la historia viva de España», sostiene el general Francisco Castrillo, presidente de la Asociación de Amigos de los Museos Militares. Sus abuelos estuvieron destinados en Trubia y en los años 90, él vivió una de esos episodios críticos de La Vega. «Estuve comisionado por Defensa para esa transformación a Santa Bárbara, fue un momento complicado, pero me gusta recordar que la historia de la fábrica es la historia de los hombres que la hicieron y que dio lumbreras de la artillería como Francisco de Elorza, su primer director en La Vega, que tuvo más de 800 obreros y llegó a producir 50.000 cañones de fusil al año», recuerda el general.

Añade que su fama fue tal que un periódico antiguo decía en un artículo dedicado a la factoría: «Aquí se fabrican los cañones como churros». Y también fusiles Cetme, Remington y Mauser; ametralladoras Hotchiss, Alfa y Oerlikon. El cambio de los 90 consistió en una apertura de la fábrica al campo civil-aeronáutico. El ahora director de la compañía, Pablo Presa, recordaba en un libro publicado por el Ayuntamiento en 1996, con motivo de una exposición en el Café Español ('Tradición armera y vanguardia tecnológica de La Vega'), sus distintas etapas de crecimiento y expansión. Destacaba tres hitos: su creación en 1794, el traslado a La Vega en 1957 y la incorporación a la Empresa Nacional Santa Bárbara en 1961.

Escuela de Aprendices

La fecha destacada para Manuel Moreno es la de 1974. El azar hizo que se presentara al examen de Escuela de Aprendices, para demostrar que era más listo que el hijo de un amigo de su padre. Aprobó y en vez de BUP hizo una FP de tres años. Fue una de las últimas promociones que entraron en el centro antes de su desaparición. «Había mucha disciplina bien entendida, seriedad, y con la formación que nos daban estábamos a años luz de otras FP», asegura.

Dice que lo mejor de pasar por la Fábrica de Armas de Oviedo «son los compañeros, sin duda». Y el 4 de diciembre, festividad de Santa Bárbara, la patrona de los artilleros, podría reencontrarse con algunos de ellos. Pese a la delicada situación actual, aún puede quedar un hueco para la celebración de un siglo y medio de historia en un enclave primero extramuros y ahora puro centro, tanto de la ciudad como de sus ansias de expansión urbanística. «Estamos viendo qué se podría hacer, estaría bien juntar a toda la gente que está viva y hacer una celebración, pero con los tiempos que corren...», lamenta Amador García.

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