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Un siglo de Joaquín Gómez Bas
Cultura

Un siglo de Joaquín Gómez Bas

JOSÉ LUIS CAMPAL FERNÁNDEZ

Lunes, 3 de marzo 2008, 03:55

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A lo largo de la historia de la literatura asturiana no han sido pocos los escritores que, por circunstancias personales, ideológicas o simplemente económicas, se han visto obligados a desarrollar su actividad creadora fuera de la región que les vio nacer: son los autores de la diáspora, uno de cuyos hijos fue el cangués Joaquín Gómez Bas. Éste salió de su concejo en plena adolescencia, con apenas las primeras letras cursadas, en dirección a las Américas provisoras, buscando hacerse un porvenir, ante las dificultades que, por recursos familiares, tenía el futuro literato para continuar su educación y adquirir una titulación superior. A Asturias no regresaría nunca. A su llegada a la rica nación argentina, se integra, como tantos emigrantes que tomaron el camino del exilio, a ocupaciones comerciales, y en el desempeño de las mismas, como también les ocurrirá a muchos de sus compatriotas, aflorarán en él inquietudes literarias, que se canalizarán primero en forma poética y luego adoptarán diversos formatos como el artículo, el texto de crítica literaria, el cuento, la novela y el guión cinematográfico (no parece que haya cultivado paralelamente géneros distintos en el tiempo: comienza con la poesía hasta finales de los 40, se concentra en la narrativa larga y el guión en los 50 y 60, y a mediados de esta última décadas se introduce en la escritura de cuentos), extendiéndose incluso hasta la pintura, dado que la sensibilidad creadora del asturiano no desechó ninguna de las posibilidades que el espectro artístico puso a su alcance para expresarse. En el apartado plástico se inició en la madurez, pues su primera exposición la ofreció cuando había pasado de los 50 años, pero luego se concentró en esta faceta más que en la vertiente literaria, haciéndose acreedor de distinciones y pasando sus cuadros a formar parte de colecciones públicas y privadas de Buenos Aires. Además, no debió de maniobrar del todo mal en esos campos porque su labor le fue reconocida en diferentes ocasiones, como guionista y autor de novelas, y el mismo año de su muerte, 1984, la Fundación Konex, de Buenos Aires, le concedió el diploma al mérito en el capítulo de Letras de los premios anuales que otorga.

Las primeras colaboraciones de Joaquín Gómez Bas hallaron su espacio natural en las publicaciones que en la Argentina se destinaban a los trasterrados asturianos, para pasar luego a otros medios de orientación más específicamente literaria. No se conformó con que su firma fuera habitual en los principales medios escritos de Buenos Aires (como los famosos periódicos 'Clarín' y 'La Prensa'), sino que intentó él mismo la aventura editorial: fundó una revista llamada 'Saeta', y bajo este mismo epígrafe también publicó algunas de sus colecciones de versos, fue secretario de redacción primero y director después de otra de mayor envergadura denominada 'Atlántida' -donde comenzó como corrector-, y en el mes de enero de 1941 puso en marcha un pliego de cuatro páginas que bautizó 'Volante Lírico' y cuya intención, como se recoge en el titular de la iniciativa, era «destacar, divulgar, enaltecer el arte poético», y que su artífice define como «un billete espiritual que puede ser canjeado en cualquier espíritu donde la emoción y el amor a la belleza todavía no se hayan perdido». En la portada de ese primer número Gómez Bas incluye una declaración de intenciones que demuestra el alto idealismo que le guiaba, en contraste con la caótica situación que se vive con la II Guerra Mundial en su apogeo destructor. En ese número inaugural, el escritor cangués declaraba lo siguiente: «Atravesando los nubarrones que levantan los escombros de esta humanidad enceguecida, aparece zigzagueando indeciso este volante lírico. Pretende asentarse en el reducido espacio incontaminado que aún debe quedar en el corazón de los hombres. 'Volante Lírico' recibirá la voz de todos los poetas. (...) Así, hermanados en el propósito de quebrar la frivolidad y la indiferencia de hoy con un cálido soplo de poesía, sus acentos -ya fuertes, ya débiles- adquirirán una sonoridad que si bien no podrá confundirlos, al menos los identificará con la nobleza de la intención».

Joaquín Gómez Bas reunió su trabajo lírico en varios libros y cuadernos: 'Panorama de ensueño' (1934), 'Marejadas' (1936), 'Prisma urbano', 'Faroles en la niebla' (1941), 'Anclado témpano' (1942), 'Hogaño' (1943), 'La tarántula ciega' (1946) o 'Birlibirloque' (1946), donde ensaya lo que él bautizó como «antipoemas» y que calificó como «versos tenebrosos, fermentados, con algunos matices sensibleros». Como les ocurre a todos los trasterrados, el peso de la infancia y del territorio abandonado pesa; aunque no escribió en bable, sí que empleaba voces asturianas en la intimidad familiar, lo que indica que la herencia de sus orígenes permanece latente. Lo advertimos, por ejemplo, en 'Mis almadreñas de niño', donde el recuerdo del calzado rural de Asturias le sirve de engarce con una nostalgia nunca superada: «Siempre que os miro me siento / pequeño, tan pequeñito / que quepo dentro del triángulo / de mis pisadas de niño. // (...) Os miro, y aunque no quiera / me siento dorado y límpido / como una tarde de bucles / en horizonte ambarino. // (...) Vuestra madera reseca // tiene un son indefinido // que suele dejarme absorto, // ni alegre ni dolorido». Pero también España le duele, pese a la distancia. Lo ejemplifica en el asesinato infame de Federico García Lorca, que reconstruye así, recurriendo casi a imágenes de estirpe lorquiana: «Con odio y plomo caliente / confeccionaron tu traje... / Pólvora negra por mirra / quemaron en tu homenaje; / y en vez de llanto sin término, / voces de hielo y barbarie». A través de sus composiciones, el autor se nos revela como un hombre de carácter taciturno y solitario, con inclinación a una tristeza existencial, como la que expone con manifiesto orgullo en el poema 'Íntima': «Yo soy hombre triste, / pero ello no me pesa... // Soy rico en amargura: / me espanta la miseria / de quedar sin angustia / y con la faz risueña... // En mi corazón guardo / un tesoro de penas...». Sobre Joaquín Gómez Bas, pero ya en prosa, disponemos de un autorretrato irónico suyo que el propio autor nos regala en una de sus novelas y que no tiene desperdicio. De esta forma se veía el escritor cangués: «Gran lector de todo y sin control. Poeta de cierto mérito. Escritor de altura equivalente. Pintor autodidacto de promisoria insistencia. Guitarrista de oreja y a su manera. (...) Sincero hasta la agresividad. Adusto aparentemente. (...) Distraído eterno. Con más talento que inteligencia. (...) Vanidoso sin demasiado disimulo. (...) Indeciso, tímido y titubeante, por debajo de su aparente desenvoltura. (...) Católico hereditario sin militancia. Alérgico a la amistad untuosa y halagadora. (...) Apolítico por náuseas reiteradas. Impaciente sin cura. (...) Torpe de modales. Reacio a la discusión. (...) Haragán, desidioso, sin ambiciones y pesimista. Robusto, enemigo de regímenes, pero temeroso de la decadencia anatómica, del reblandecimiento mental y de la muerte».

Como prosista, el escritor cangués dio salida a media docena larga de piezas entre novelas y compilaciones de cuentos, donde deja sus huellas particulares, el gusto por recoger en la sobriedad verbal las vidas desgraciadas pero llenas de humanidad de las gentes de procedencia más mísera. Prometo detenerme otro día en tales aportaciones. REAL INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS

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