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Mi hermano Kike
Sociedad

Mi hermano Kike

NICANOR FIGAREDO ALVARGONZÁLEZ

Domingo, 30 de marzo 2008, 05:21

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Con motivo de la entrega del Premio Vocento a los Valores Humanos me vienen a la cabeza recuerdos de mi hermano Kike. El séptimo de ocho hermanos nació en 1959. Mis padres tuvieron siete hijos varones y la octava una hija. Como hermano siete años mayor que él, soy el cuarto, he tenido ocasión de poder verle de pequeño cómo se relacionaba y jugaba con sus hermanos, primos, vecinos y amigos próximos en edad. Hacían cabañas en los árboles, jugaban a la queda, andaban en bici. Nada hacía pensar qué iba a ser de mayor.

Aunque en los últimos años de Bachiller ya se podía vislumbrar un acercamiento a lo que en el futuro sería su vocación. En 1975, a mitad de la carrera de Económicas tomó la decisión de hacerse jesuita. No fue una sorpresa pero sí una decisión que chocó a todos ya que parecía mas lógico que acabara primero la carrera. Cuando se ordenó sacerdote, en julio de 1992, ya había acabado la carrera de Económicas.

Dentro de su periodo de formación en el seminario, con el deseo de servir a Dios en la gente más necesitada se presentó al Servicio Jesuita para Refugiados y en 1985 le enviaron a los campos de refugiados de camboyanos en territorio tailandés. Desde aquel momento Camboya se convirtió en el eje de su vida. Le visité en los campos en dos ocasiones: 1986 y 1988. Había varios. Uno de ellos, el más grande acogía a unas 180.000 personas, 1.500 de ellas mutiladas. Puedo decir que de una visita a otra noté un gran cambio.

En poco tiempo, los jesuitas habían organizado dentro de los campos unos talleres de oficios y formación profesional. A pesar de los pocos medios de los que gozaban, impartían clases de todo tipo, entre otros, de mecánica, electrónica, carpintería y además se mantenía viva la cultura tradicional de Camboya a través de la artesanía, las artes plásticas y el baile. En esta segunda ocasión Kike ya había estado en Camboya evaluando qué se podía hacer por los mutilados en el interior del país. Se trataba de organizarse para la llegada de la paz. Había visitado muchas provincias y eso le hacía ver más claramente la necesidad de ayudar a los mutilados en el interior del país y entender con claridad el conflicto, la situación de los mutilados y del país bajo la dominación vietnamita y las circunstancias tan difíciles que generaban tantos refugiados.

Kike regreso a España en 1988 para hacer la etapa de formación teológica. En los periodos de vacaciones aprovechaba para ir a Camboya y colaborar con el inicio del establecimiento del JRS para dar servicios a mutilados, a deficientes físicos, proyectos de desarrollo rural y, finalmente, en la labor de acogida de los refugiados repatriados. Poco a poco la situación fue mejorando y empezaron las repatriaciones de refugiados, las últimas tuvieron lugar en 1992.

En 1993 Kike se fue a Camboya de forma definitiva. Los jesuitas ya tenían organizados allí los talleres de formación profesional, esta vez con muchos más medios. De esta forma, quedó encargado de las sillas de ruedas. La idea era fabricar sillas a bajo coste, con materiales locales para no depender de importaciones y que se adaptaran a la orografía irregular del terreno. De ahí que la silla 'Mekong' sea de madera, con sólo tres ruedas, radios y llantas de bici. Las sillas las fabrican mutilados formados por los religiosos y también participan alumnos que están en formación. La producción actual es de más de 1.000 sillas al año. También empezó a participar activamente en la campaña de eliminación de minas, tanto en Camboya como internacionalmente. La distribución de las sillas de ruedas por todo el país dio la oportunidad a Kike de conocer los sitios mas recónditos, llegar a gente muy necesitada y solucionarles un problema muy básico: la movilidad. La silla transforma la vida de un discapacitado, le hace menos dependiente o al menos más independiente. Además, eleva física y moralmente su dignidad porque pasa de ser una persona que se arrastra por el suelo a poder moverse y relacionarse con cierta normalidad.

En este periodo le visité cada año entre 1994 y 2000. Le acompañaba en sus viajes de distribución de sillas de ruedas y veía cómo iba conociendo a sus beneficiados. Para ellos, Kike era un amigo, un cordial amigo que desde ese momento estaría con ellos todas sus vidas. En sus comunidades contribuía a que rehicieran su día a día y les ayudaba también en otras necesidades urgentes como la educación, la alfabetización y hasta con pequeños créditos. El contacto y seguimiento del beneficiario de la silla de ruedas y, por lo tanto, de su familia y de su entorno ha sido clave en el desarrollo de Kike. Pienso que esto es precisamente lo que le daba fuerzas para seguir. Poco a poco se iba haciendo cada vez más conocido y querido y a su vez iba profundizando más en la problemática que está inmersa Camboya. Después de más de veinte años de guerra, los sentidos de familia, dignidad y formación moral están totalmente destruidos. Camboya tiene una sociedad totalmente empobrecida en principios morales y económicos. No se parte de cero, se parte yo diría de negativo, ya que hay vicios adquiridos por la guerra.

En las campañas para la eliminación de las minas antipersona, tanto dentro de Camboya como internacionalmente, Kike trabaja duro y pone mucha ilusión, horas y energías. Durante esos años fue avanzando y obteniendo resultados. Camboya es uno de los países donde se baten tristes récords mundiales. En aquel momento había diez millones de personas y unos diez millones de minas y la probabilidad de ser víctima de una explosión era de una persona por cada 236. En el año 1997 hubo más de 2.000 víctimas, más de 5 al día. Las labores de desminaje son muy extensivas y el proceso de destrucción cada vez es mayor. Esta labor de campaña anti mina se vio culminada con el tratado internacional de Ottawa en 1997 y la concesión del premio Nobel de la Paz compartido con todas las organizaciones que trabajaron en la campaña. El que recogió la medalla del premio Nobel fue Thun Sareth, víctima de mina y miembro del taller de sillas de ruedas que dirige Kike. Ese día habló Kosol, también víctima de mina camboyana y becada por el JRS.

En el año 2000 Kike es nombrado prefecto apostólico. Su área pastoral abarca ocho provincias camboyanas, precisamente en la zona mas castigada por la guerra. Una extensión que equivale a Portugal. Esta nueva situación le da la posibilidad de llegar a un tipo de personas necesitadas a las que anteriormente no tenía acceso.

Ahora Kike es el que está al frente. De él depende diseñar y marcar las pautas de trabajo. Básicamente sus líneas de actuación son: ofrecer a la gente la oportunidad de experimentar la fe que movió a Jesús de Nazaret a dar su vida por los demás, profundizar y fortalecer la fe de las comunidades católicas de Camboya, dotarlas y organizarlas, construir parroquias, organizar la catequesis y dar servicios eclesiásticos de forma permanente. Además de trabajar por la reconciliación y la justicia a todos los niveles, Kike sirve al necesitado, al pobre y al excluido y, cuestión importante, promociona el arte y la cultura camboyanos favoreciendo el intercambio interreligioso.

Desde su nuevo cargo fomenta que la comunidad católica en Camboya tome parte activa en los servicios sociales a los pobres y a los oprimidos, de muy diferentes formas. Mediante el trabajo comunitario, la asistencia y rehabilitación de enfermos, indigentes y de personas con discapacidades. Esto hace que empiece a construir centros, escuelas, casas de acogida donde los beneficiarios son los más desprotegidos y sus familias.

Construye además el Centro Arrupe para la rehabilitación no sólo física, sino también social, donde da acogida a niños discapacitados, la distribución de sillas de ruedas 'Mekong' y el seguimiento de sus beneficiarios así como la construcción de viviendas, becas de estudios (formal y no formal) para discapacitados y ayudas diversas a nivel comunitario.

En el área de formación, ayuda a la escolarización de niños, aprendizaje de oficios por los adultos y programas de concienciación social para los problemas que amenazan la estabilidad y prosperidad de la sociedad camboyana (como el sida, la falta de higiene y la integración de minorías étnicas). La mayor parte de estas actividades, en mayor o menor medida, son llevadas a cabo por los comités sociales de las parroquias.

En el ámbito pastoral y cultural, trata de incluir en las celebraciones litúrgicas una referencia camboyana por medio de las danzas folclóricas u otras tradiciones culturales. De esta forma la celebración de la fe de Jesús se convierte en una verdadera fiesta acorde con la cultura y las raíces del país. Celebrar la fe de Cristo desde una perspectiva integral en donde los aspectos espirituales estén lo más integrados posibles con la vida social y los servicios humanitarios es su objetivo. De lo que se trata es que las gentes de Camboya no encuentren a las comunidades católicas como un grupo ajeno a las realidades presentes y esperanzas futuras.

Desde 2000 hasta hoy sigo viajando a Camboya todos los años y desde 2003, dada mi situación personal, las estancias son más largas, de hasta 3 y 4 meses. Cada vez que llego y le acompaño veo novedades: más escuelas, más centros, más casas, más parroquias y todo está siempre lleno de gente.

Dada su personalidad ha conseguido implicar en sus proyectos a familia, primos y amigos. Para todos encuentra una forma diferente en la que pueden colaborar sin sentirse oprimidos por la responsabilidad. Tiene una sensibilidad especial a la hora de detectar y exponer los proyectos. Al explicar su problemática y encontrar una solución, logra que la gente se involucre con espontaneidad. Los resultados están ahí.

Cuando llegas al recinto donde vive notas enseguida que te rodea otro ambiente, hay armonía y paz. Hay alegría a pesar de que la mayoría de las personas que allí residen son los marginados por la sociedad. Ves a los niños discapacitados jugar, ir a clase, relacionarse sin pensar un instante en sus disminuciones físicas... Unos se ayudan a otros, el ciego empuja la silla de ruedas y cosas así. El pueblito de Tahen es también otro ejemplo.

Sólo me queda concluir con una frase del padre Pedro Arrupe que dijo en los años 60: «Yo me pregunto cuál sería la actitud de Ignacio hoy ante los desastres de nuestra época: los fugitivos en miserables barcos a la deriva, las multitudes hambrientas en el cinturón del Sahara, los refugiados y emigrados forzosos... o ante las miserias de esos grupos bien definidos de víctimas de una explotación criminal de la peor parte de nuestra sociedad: los drogadictos por ejemplo. ¿Sería equivocado pensar que él en nuestro tiempo habría hecho más, habría hecho las cosas de otra manera que nosotros?».

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