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ALBERTO PIQUERO
Jueves, 7 de agosto 2008, 04:26
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Con producción propia y aire castizo de Madrid sobre el escenario, el Teatro Campoamor prosiguió ayer su tradición de llevar con notable éxito la zarzuela a su tarima. El género chico, en este caso, representado por 'Agua, azucarillos y aguardiente. Pasillo veraniego' y 'La gran vía. Revista lírico-cómica-fantástico callejera'.
Los subtítulos dan idea precisa del tono de las obras, ambas musicadas por el maestro Federico Chueca, uno de los compositores característicos de estas creaciones, al que acompaña en el segundo aparte su incondicional Joaquín Valverde.
Madrid decimonónico en su tramo final, cuando la zarzuela se había despojado de las influencias italianizantes y se volcaba hacia los patios interiores más populares.
'Agua, azucarillos y aguardiente' es casi -o sin el casi- un paradigma de esas tendencias, en las que la mano escenográfica de Luis Antonio Suárez y el figurinismo de Josechu Santana, han puesto una contribución a la que sólo le faltan los gatos.
Y no es diferente 'La Gran Vía', historia del origen de esa arteria principal de la capital del Reino, y de cómo los habitantes de la ciudad le sacaron brillo satírico y guasa política al acontecimiento.
El barítono Carlos Berganza estuvo en todo momento a la altura de la exigencia del alegre pentagrama. Y la soprano Milagros Martín, a quien el público recordó por su designación como mejor cantante de zarzuela, galardón concedido por la Fundación Premios Líricos del Teatro Campoamor, hizo honor a ese premio. No cabe dejar tampoco de lado en esta primera reseña, el talento interpretativo de Luis Varela y del asturiano José Antonio Lobato, dirigidos por Etelvino Vázquez. Muchas risas y grandes aplausos.
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