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'La Bohéme' es un espectaculo conmovedor. / ÓPERA DE OVIEDO
Las voces de La Bohème
Cultura

Las voces de La Bohème

RAMÓN AVELLO

Martes, 14 de octubre 2008, 05:38

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Instantes antes de que baje el telón en el último acto, Miguel Ángel Zapater en el papel de Colline, el filósofo amigo de los bohemios, arranca de la pared de la buhardilla las fotografías de sus amigos. Ese gesto, que puede pasar casi inadvertido y aunque podría ser prescindible, no es nada superfluo. En mi opinión simboliza con bastante evidencia, no sólo el final de la obra, sino el final de una etapa, la nostalgia del tiempo perdido. Es el broche dramático a una comedia de desarrollo trágico progresivo, que se acaba definitivamente.

¿Que recuerdo nos queda de esta Bohème? Teatralmente, está plenamente conseguido y explotado el sentido dramático de cada situación. En cuanto a los actos, el segundo, extrovertido, variado, con amplios movimientos de masas en la escena, resultó, cosa difícil, muy compacto. Las precisas intervenciones corales, la naturalidad de los niños, los juegos de luces, las distintas sonoridades orquestales, con los ecos de banda, los diálogos de los bohemios o el número de Musseta encajaron con una precisión de relojería y además con una enorme naturalidad. El tercer acto se resalta con bella sutilidad la proyección intimista que recorre este acto. El contraste entre las parejas, una que se reconcilia, otra que discute, está bien matizado. El cuarto acto es el mejor; convence y emociona.

Otro recuerdo imperecedero es la exquisita dirección musical de Yves Abel al frente de la OSPA. Pocas veces se puede escuchar una coincidencia tan plena entre el ritmo escénico y el tiempo musical. Relieves sonoros, riqueza tímbrica, fluidez en los tiempos, intencionalidad en los matices, comunicabilidad expresiva y un adecuado arropamiento vocal. No es de extrañar el entusiasmo de los músicos y del público con la labor desarrollada por Abel.

Tal vez en las voces protagonistas haya habido ligeras irregularidades, dentro de una interpretación siempre correcta. El cantante que realizó una actuación íntegra, total, tanto como actor como cantante fue el bajo Miguel Ángel Zapater. El aria que canta en el cuarto acto, 'Vecchia zimarra', no es especialmente comprometida para una voz grave. La tesitura melódica no es excesivamente amplia -diez notas, del do grave al mi bemol agudo- pero posee, dentro de ese ritmo general de marcha triste y resignada, una creciente emoción, por otra parte muy contenida, que Miguel Ángel Zapater supo transmitir. El ritenuto final sobre el 'addio' merece un ¡bravo! rotundo.

De los cuatro protagonistas principales, el barítono Manuel Lanza, en Marcello, realiza una interpretación homogéneamente correcta. Su voz bien timbrada y potente, empasta bien con sus compañeros. Teatralmente Ruth Rosique es algo bipolar. Excesiva como muchacha frívola y también como ángel de la caridad. Tenue en el cuarteto del tercer acto, y corta en su vals de gloria. No borda esa difícil gracia y elegancia que tiene, en este momento su papel. La mejor Martina Zadro es, sin duda, la del cuarto acto. La peor, la presentación y todo el primer acto. Limitada potencia, cambio de color en los agudos lo que hace que corone las frases sin esa densidad que requiere el personaje, como por ejemplo cuando dice «que el primer rayo de la primavera es suyo». Es buena actriz dramática, y por eso, al final convence y emociona. También se crece, a lo largo de la obra, el tenor Carlos Cosías. No sé hasta que punto los bravos que se oyeron tras su versión de 'Che gelida manina' no han sido forzados. Lo cantó con corrección pero sin excesivos relieves líricos. Luego se fue adentrando en su papel.

Algunos de los asistentes a la representación de esta Bohème recuerdan versiones de Pavarotti, de Carreras en su mejor momento, de Aragall o de Freni. Sin embargo, esta Bohème, desde el punto de vista de conjunto, tal vez no tendrá las cumbres de aquellas otras, pero el nivel general es más alto, y, lo que es más importante, el espectáculo más conmovedor.

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