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JOSÉ HAVEL
Viernes, 26 de diciembre 2008, 04:17
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Como en 'Mystic River' (2003), el punto de partida del 'El intercambio' (2008) es la terrible desaparición de un niño. La primera era la adaptación de una novela de Dennis Lehane; la segunda aborda una de esas historias verdaderas que superan con creces a la ficción.
Christine Collins (Angelina Jolie, admirable) existió realmente. Ella padeció de verdad, allá por la época de la Gran Depresión americana, el 'shock' de la desaparición de su hijo de nueve años sin dejar rastro: un sábado por la mañana, en el barrio donde vivía, Christine dijo adiós a su pequeño Walter (Gattlin Griffith) antes de ir al trabajo, pero cuando regresó a casa, él había desaparecido, así de simple y escalofriante. Ella, modesta madre soltera, fue manipulada en realidad por la policía de Los Ángeles, empeñada en convencerla de que reconociese a otro niño como el suyo. A ella, mujer sola enfrentada a una sociedad patriarcal, la encerraron verdaderamente en un hospital psiquiátrico al convertirse en una amenaza para un sistema que, reacio a reconocer sus fallas, no quiso atenderla en su búsqueda y reclamación legítimas. Unas empresas en las que sólo recibió la ayuda del reverendo Gustav Briegleb (John Malkovich), no menos inquietante que los secuaces de la Administración municipal. (Del Walter real nunca más supo. Todo a punta a que fue una de las víctimas de los llamados Crímenes del gallinero de Wineville, secuestros y asesinatos infantiles cometidos de 1928 a 1930.)
De nuevo, Clint Eastwood nos recuerda que algo siempre puede oler (y ha olido) a podrido en ciertos sectores de los EE UU que, en todo momento, deben mantenerse bajo vigilancia, so pena de putrefacción. Desde 'Infierno de cobardes' (1973) el realizador californiano viene hurgando en el horror que anida en la comunidad, pero 'El intercambio' vira el honesto prurito de individualidad hacia el martirio, porque la libertad y la verdad tienen, aquí más que nunca, un precio. No hay documentalismo postizo ni efectismo estilístico alguno. La puesta en escena encara los acontecimientos con un pragmatismo que aguijonea, hiere, desde su perplejidad autoconsciente. 'El intercambio' está imbuido de una voluntad metódica por cuestionarlo todo que para nada persigue la clarividencia absoluta, lo que despeja toda autocomplacencia. Una nueva obra maestra incontestable, otra más, del más sabio de los cineastas en activo.
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