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El síndrome del fin de semana
OPINIÓN ARTICULOS

El síndrome del fin de semana

TEMOR PATERNO La imagen de jóvenes con evidentes síntomas de embriaguez por las aceras, portales y bares es habitual los fines de semana, y muchos terminan sufriendo una intoxicación etílica después de ascender por esa escalera de la euforia que proporciona el alcohol.

JOSÉ ANTONIO FLÓREZ LOZANO CATEDRÁTICO DE CIENCIAS DE LA CONDUCTA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO

Viernes, 16 de enero 2009, 04:56

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C UALQUIER fin de semana, muchos padres, abrumados por las múltiples preocupaciones y temores relacionados con sus hijos que han salido de fiesta o de fin de semana, no son capaces de conciliar el sueño. Numerosos interrogantes (peligros) pasan por su mente, alimentando una angustia realmente insoportable ante la incertidumbre que les provocan sus hijos. ¿Cuándo volverán? ¿Dónde estarán? ¿Cómo se encontrarán? ¿Qué estarán haciendo? ¿Qué beberán? ¿Qué tomarán? ¿Cómo llegarán? ¿Les habrá ocurrido algo? ¿Necesitarán algún tipo de ayuda? ¿Con quién estarán?...

Muchos padres, acuciados por esta intensa angustia, no pueden dormir: pasean, fuman, piensan y permanecen alertas ante el mínimo ruido (la sirena de una ambulancia) que se perciba alrededor de su casa. ¿Será él /ella? Algo suena en la calle, en el portal de su casa. ¡Seguro que es él /ella! De nuevo se comprueba que no y se produce una intensa frustración. ¡No era él /ella!... Otro café, otro cigarrillo y a mirar por la ventana a ver si se produce, por fin, el acontecimiento deseado y feliz: la vuelta de los hijos a casa.

Pero son las cuatro de la madrugada y la angustia continúa, la ansiedad se dispara y el nerviosismo es exasperante. ¿A quién llamamos? El padre, la madre, siguen sin dormir; ni siquiera se tranquilizan con la película de la televisión; el silencio se aúna aún más con la angustia. ¿Cuándo se acabará esto? En mi época, esto no sucedía. ¿Por qué no se toman medidas? Suena el teléfono. «¿Ha pasado algo?», pregunta muy angustiada la madre. Y, naturalmente, los síntomas cardiovasculares propios de la angustia se disparan. Aumentan las palpitaciones, la taquicardia, la palidez, los accesos de calor, la opresión torácica, los vómitos, la disnea y la sensación de ahogo.

La angustia se vivencia ahora como una emoción de tonalidad displacentera, un sentimiento de aprehensión y una expectativa permanente frente a la posibilidad de que ocurra algo grave. En fin, un sentimiento de opresión y ansiedad durante el cual uno se siente impotente y entregado a algo desconocido, inasible, insuperable.

Descuelga el teléfono y al otro lado del hilo al fin se oye: «¡Mamá, lo estoy pasando muy bien; voy enseguida!». En fin, el muchacho/a pasándolo bien y los padres al borde de la desesperación, producida por esa preocupación, inquietud, desorientación y miedo a cualquier accidente o a la muerte de los hijos.

Pero, ¿de qué forma lo pasan bien? Emborracharse el fin de semana parece una obligación. El alcohol y otras drogas son elementos omnipresentes en los accidentes de nuestros hijos y un antídoto eficaz contra el tedio vital y la soledad 'acompañada' originada por el individualismo que impera en la sociedad y en la familia.

Nuestros jóvenes parecen no ser conscientes de los riesgos que corren. Desde los más pequeños, como mareos y vómitos, hasta los más graves, como la posibilidad de convertirse en un adicto o acabar con su vida tristemente al volante de un coche. Si a los riesgos del tráfico añadimos los del alcohol y las nuevas drogas de diseño, nos encontramos con un cóctel que está dañando seriamente a nuestros jóvenes. En efecto, la carretera se ceba especialmente en los conductores más jóvenes, hasta el punto de que en uno de cada cuatro accidentes mortales el conductor fallecido no cumplía los 30 años. Aproximadamente, uno de cada mil jóvenes de 18 a 24 años muere cada año a consecuencia de accidentes de tráfico y muchos otros padecerán lesiones muy graves que en muchísimos casos les dejarán incapacitados para toda la vida. Las drogas de carácter alucinógeno, tales como el cannabis (porro), el LSD y las drogas de diseño, provocan en los adolescentes sensación de bienestar, relajación, alteraciones de la percepción, dificultad para fijar la atención, disminución de los reflejos, alucinaciones y serias dificultades en la coordinación psicomotriz, lo cual les hace también mucho más vulnerables, produciéndose una situación de mayor riesgo e interferencia en la capacidad de conducción.

El 48% de los jóvenes bebe con regularidad alcohol y casi la mitad toma bebidas de alta graduación, al menos una vez por semana. El denominador común de estos casos es que, en la mayoría de los accidentes, las víctimas son jóvenes (18 a 24 años) que vienen de juerga. La mayor parte de los siniestros en los que intervienen estos factores ocurren durante el fin de semana, especialmente los sábados. «¡Sólo bebo chupitos!», dicen, pero es que igual se toman quince o veinte en una noche.

La imagen de jóvenes con evidentes síntomas de embriaguez por las aceras, portales y bares es habitual los fines de semana, y muchos terminan sufriendo una intoxicación etílica después de ascender por esa escalera peligrosa de euforia que provoca el alcohol. Los 'cubatas', el whisky, los licores con zumo, la ginebra, el ron, el martini, el tequila, etcétera, hacen estragos y la curiosidad, el protagonismo, la diversión y la juerga se convierten, de pronto, en una tragedia. Cualquier nivel de alcohol en sangre, incluso por debajo del mínimo legal, deteriora la capacidad de conducción e incrementa el riesgo de accidente de circulación.

E sa es la gran angustia del fin de semana que sufren los padres porque el alcohol, las drogas, el exceso de velocidad y la falta de experiencia son las principales causas de siniestralidad en nuestros hijos adolescentes. Y ese también es el gran reto de nuestra sociedad, que debe desarrollar programas de prevención y tratamiento que tengan una consideración científica. Quizá al nacer el alba regrese, ¡al fin¡, el hijo sudoroso, cansado y ¿drogado?, entregado en los brazos de una noche fría... Luego, los padres dormirán y, ya más tranquilos, desaparecerá la angustia. Y a la mañana siguiente el padre dirá: «Apretaré los dientes para que no se me salten las lágrimas»...

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