Borrar
la literatura está de luto

Semblanza de una escribidora

El Novel Mario Vargas Llosa es un incondicional de Corín Tellado. De su orgullo de conocerla personalmente hizo gala en multitud de ocasiones, una de ellas a través de las páginas de EL COMERCIO. Corría el año 1981 y el escritor peruano publicaba en este periódico, el 18 de julio, un hermoso panegírico en homenaje a la que consideraba uno de los tesoros más singulares e internacionales de la tierra asturiana. Bajo estas líneas reproducimos íntegro su artículo, escrito tras visitarla en su casa de Gijón.

MARIO VARGAS LLOSA

Domingo, 12 de abril 2009, 14:24

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Asturias es conocida en el mundo por sus montañas, por sus minas de carbón y de hierro, por la fabada y la sidra. Pero acaso su principal producto de exportación sean las historias sentimentales de una escribidora: Corín Tellado.

Vive en Roces, una localidad de las afueras de Gijón, y sobrelleva sus cincuenta y pico de años con mucho decoro. Su casa es muy cómoda y amplia, con piscina, cancha de tenis y de futbito y un bello jardín, y debe quedarles algo grande a ella, sus dos hijos y la señora que la acompaña desde siempre, una mujer-orquesta que hace un poco de todo, desde empleada doméstica hasta secretaria.

Corín Tellado es bajita y simpática, de ojos astutos y lengua desenvuelta y un carácter que se adivina rectilíneo en la manera que tiene de sentarse, pararse y hablar. Su vida podría ser la de una de sus heroínas, esas que hacen suspirar a tanta gente. Nació en una familia de marinos, ha vivido casi siempre junto al mar, en una geografía diminuta, entre Galicia y Asturias. Ha viajado poco, casi exclusivamente dentro de España. Es, para todos los efectos prácticos, una señora de la periferia y muy orgullosa de serlo. Se casó muy joven y tuvo un hijo varón y otro hembra, pero su matrimonio duró apenas cuatro años. Ella misma pidió la separación, pero no volvió a casarse, ni lo hará nunca, pues, aunque no se entiende con él, todavía quiere a su marido y, además, cree en la indisolubilidad del sacramento católico.

Inventa tantos amores, y con tanta facilidad, que no le hace falta alguna enamorarse de nuevo. Su carrera de escribidora comenzó exactamente hace treinta y cinco años, con una historia de guardiamarinos que tituló Atrevida apuesta. Ella tenía entonces diecisiete años y una imaginación fértil, aunque encorsetada por la pudibundez imperate en la provincia española. El tema de la novela era arcangélico: un joven cadete apostaba que conseguiría besar a una chica y ganaba la apuesta gracias a un apagón de luz en medio de una fiesta. Desde entonces, conforme se ensanchaban los parámetros morales de la sociedad y las costumbres amorosas se volvían más picantes, sus historias se han vuelto mucho más audaces y pecaminosas hasta colidar a veces con la pornografía.

Ha escrito muchas. Cerca de tres mil, si nos atenemos a las publicadas en libro. Si añadimos los cuentos aparecidos en revistas, los radioteatros, las fotonovelas, las telenovelas y las novelas en cassettes que ahora le graban en Miami, la cifra debe ascender a algunos millares más. Le da risa cuando oye decir que hay quienes piensan que Corín Tellado no existe, que es un nombre ficticio bajo el que se oculta un ejército de plumíferos a sueldo de una editorial con ojos de lince para el negocio. No, las ha escrito ella sola, de la primera a la última porque, para ella, escribir es la cosa más fácil del mundo, algo como respirar o comer. Es, también, lo que más le gusta y a lo que dedica todo su tiempo.

La mujer-orquesta la despierta cada mañana a las cinco de la madrugada y ella se encierra en un sótano sin ventanas donde tiene su escritorio. Permanece allí diez horas, de corrido, con una pausa brevísima, a las ocho, para tomar desayuno, frente a frente con la máquina de escribir. Trabaja como un reloj suizo, sin adelantarse ni atrasarse. Al salir del sótano tiene escritas cincuenta páginas, es decir, la mitad de una novela -que nunca pasa de cien-. No reescribe ni corrige nunca y afirma, sin la más mínima duda, que su problema como escribidora es que su cabeza funciona mucho más rápido que su mecanografía. Que si no fuera por la lentitud de sus manos escribiría más, mucho más. Sus costumbres son frugales. Al salir del escritorio duerme una siesta y lee cuatro periódicos -dos locales, más el Abc y El País- y a veces un libro. En las tardes de invierno va alguna vez a visitar a una amiga, o a un cine, y a cenar a Gijón cuando muere un obispo. Pero a las diez de la noche está ya de vuelta y lista para la cama. En verano no sale jamás de su casa y sus diversiones son la piscina y el tenis.

Esas novelitas que termina al ritmo de una cada dos días, su editor español le dice que las publica en tirajes de treinta mil ejemplares, pero ella cree que es mentira (yo también). Está muy reconocida, en cambio, a Vanidades y a sus editores de Miami, que, dice, le han hecho siempre cuentas muy claras y pagado con puntualidad. Es gracias a ellos, sobre todo, que ha podido comprarse esta casa, y un piso en Gijón, y la casita del pueblecito donde nació. Pero está lejos de ser rica, entre otras cosas porque cometió la barbaridad de invertir sus ahorros en unas acciones que se llevaron los vientos.

Sus ideas son tan transparentes como sus historias. Es católica, pero sin prejuicios, ni de derechas ni de izquierdas, sino de su casa y no le interesa la política porque todos los políticos son unos ávidos de protagonismo. Se resigna a que las chicas de este tiempo ya no lleguen vírgenes al matrimonio y, en materia de homosexualismo tolera a los que lo son de nacimiento, pero no de vicio. El dinero no le parece esencial, pero sí una necesidad de este mundo en el que, al que lo tiene, le llaman don y al que no, din.

No se hace ilusiones exageradas sobre lo que escribe. Simplemente, como no todo el mundo puede comprender a Shakespeare ni a Goethe, y hay mucha gente que quiere leer historias de amor, sencillas, claras y realistas, ella escribe eso. Saca sus temas de la vida, es decir, de aquí y de allá. Toda anécdota, experiencia, chisme o habladuría que cae en sus manos, paf, la vuelve novela. Su literatura se podría definir como la realidad embellecida por la fantasía.

No ha leído lo que Cabrera Infante escribió sobre ella y comenzó a leer el ensayo de Andrés Amorós Sociología de una novela rosa pero no lo terminó. Además, ¿de qué novela rosa hablaba ese caballero si todos sus ejemplos eran tomados de Corín Tellado y de nadie más?

Acepta de buena gana ser el autor más leído de la lengua, pero protesta, se defiende y dice que de ninguna manera cuando se le sugiere que ha tenido y tiene una influencia enorme en el comportamiento de las gentes, que miles y acaso millones de personas sienten, piensan, sufren y aman como los personajes de Corín Tellado. No es verdad, ni es cierto. Son las gentes las que tienen influencia sobre ella, Corín Tellado no hace más que metamorfosear en literatura y lo que ocurre a su alrededor. Lo toma tan a pecho como si eso de influir en sus lectores equivaliera a hacerla responsable de todo el dolor y todas las porquerías que alberga el mundo.

Es un personaje que me facina desde que, hace veinte años, vi llegar a una chiquilla peruana a París con un maletín lleno de sus novelitas, para no quedarse sin lecturas románticas en ese año que iba a pasar en la Sorbona, y desde que descubrí una librería en Londres donde sólo vendían historias de Corín Tellado (a las camareras y sirvientas españolas de la ciudad) y me quedaría horas, días, oyéndola y viéndola hasta contagiarme y ser capaz, como ella y Balazo, de escribir una novela en dos días. Pero van a ser las diez de la noche y me retiro para que pueda levantarse a las cinco en punto de la mañana a inventar su historia de amor.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios