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Ángel Parra, ayer, en el Salón del Libro, en Gijón. /PAÑEDA
«Mi madre fue mi universidad»
Cultura

«Mi madre fue mi universidad»

El hijo de Violeta Parra, Ángel, le rindió un homenaje emotivo y cantado

ALBERTO PIQUERO

Domingo, 24 de mayo 2009, 06:06

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Es la continuación de una leyenda que tuvo por nombre Violeta Parra. Ángel Parra (Valparaíso, 1943) dedicó ayer a su madre en unos de los actos más emotivos del Salón del Libro Iberoamericano, un concierto en el que evocó canciones tan celebradas como 'Por qué los pobres no tienen', 'Volver a los diecisiete', o su propia composición 'Violeta se fue a los cielos', además de unas décimas dedicadas a la ciudad de Gijón.

-¿Pesa la púrpura de ser el hijo de un mito?

-Yo lo llevo maravillosamente. Con ella aprendí a leer, a escribir, a sumar y a restar. Y a no mentir, para lo que recibí algunos varillazos. Ella fue mi universidad.

-¿De qué modo surgió de una familia tan modesta como la de su madre un arte tan grande?

-No sé de dónde le vino esa capacidad, que la llevó a indagar las raíces populares de la canción, descubrir el guitarrón de veinticinco cuerdas o convertir el canto en una lucha. Sé que nosotros sólo hemos seguido su ejemplo.

-En su caso, padeciendo cárcel y exilio tras el golpe de Pinochet. En el campo de concentración de Chacabuco, tuvo la inspiración del 'Oratorio de la Pasión según San Juan'...

-Al llegar al campo, se nos avisó de que no nos acercáramos a la red de la valla, que estaba electrificada. La advertencia nos la hizo un capellán militar... Quise convencerle de que los prisioneros eran igual a Cristo. Así empecé a idear el 'Oratorio'.

-Su madre se suicidó en 1967, a los 49 años. ¿Es un tema que prefiere evitar?

-Fue un acto de libertad por el que tengo un respeto tremendo. Venía de vuelta, y siempre había sido crítica y autocrítica. No soportaba la mediocridad del amor, ni de la sociedad que se avecinaba. Se adelantó un siglo a su época.

-Hoy sus canciones están en la voz de Serrat, Silvio Rodríguez... ¿Se queda con alguna versión?

-Con todas. Y con las más humildes, como las de los chicos que las cantan en los autobuses de Santiago.

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