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Urgente «Cuando llegué abajo y vi las llamas, se me vino el mundo encima»
Juan Velarde y Cástor Fantoba. / PIÑA
Vuelos al límite sobre San Lorenzo
GIJÓN

Vuelos al límite sobre San Lorenzo

La velocidad casi supersónica del cazabombardero F18, las maniobras imposibles de las patrullas acrobáticas y los pilotos de exhibición reunieron a 400.000 personas en torno a la playa

IVÁN VILLAR

Lunes, 27 de julio 2009, 12:10

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Cuando el atronador F-18 cruzaba de punta a punta la bahía a más de 1.100 kilómetros por hora, en torno a su morro se formó una pequeña nube de vapor, fruto de la condensación, que fue envolviéndolo poco a poco. Es la conocida como Singularidad de Prandtl-Glauert, un efecto que se da por un súbito y extremo cambio de presión, y sólo en condiciones de alta humedad del aire, cuando un avión roza la velocidad del sonido. Este volaba a 0.95 Mach. Casi al límite de romper la barrera, pero apenas la mitad de su capacidad.

El cazabombardero supersónico del Ejército del Aire fue, un año más, uno de los platos fuertes del Festival Aéreo de Gijón, que ayer, en su cuarta edición, reunió según la Policía Local a cerca de 400.000 espectadores entre la playa de San Lorenzo, el Muro, el cerro de Santa Catalina e incluso el mar, adonde salieron para ver el espectáculo decenas de embarcaciones de recreo. Pero no fue, ni mucho menos, el único. Junto a la exhibición del potencial de esta nave de combate, cuyo piloto no dudó en realizar varios loopings -maniobras acrobáticas en las que se dibuja la trayectoria de un rizo o un círculo sobre el plano vertical- y pasadas en vuelo invertido, pudieron verse toda suerte de maniobras extremas a cargo de las patrullas acrobáticas del Ejército del Aire, y de los pilotos Ramón Alonso, Juan Velarde y Cástor Fantoba, del Equipo Nacional de Vuelo Acrobático.

Como elemento diferencial con respecto a anteriores ediciones, en el festival de ayer destacó la amplia presencia de helicópteros, que en un 9 contra 11 casi parecían amenazar al protagonismo que suelen mantener los aviones en este tipo de eventos. La igualdad pudo ser mayor, pero el rescate de dos espeolólogos ingleses en los Picos de Europa obligó a excusar a última hora la presencia del helicóptero de la Guardia Civil, al igual que los incendios que asuelan la península impidieron la participación del apagafuegos UD-13 Canadair del Ejército del Aire, cuya actuación fue sustituida por el helicóptero anti incendios de Bomberos de Asturias.

El saludo inicial llegó de la mano del Helimer de Salvamento Marítimo que, en sus diferentes pasadas sobre la playa, fue explotando todas las posibilidades de manejo en vuelo que ofrecen sus mandos: trepadas al límite hacia el cielo, descensos que rozaban el picado. Al final, parado frente a la costa, un ligero cabeceo le servía de despedida mientras, por megafonía, se instruía al público: «Los pilotos no escuchan sus aplausos. Agiten gorras, pañuelos y sombreros».

Entre pañuelos y gorras al aire concluyó con éxito, por ejemplo, el rescate simultáneo de dos náufragos simulado por un helicóptero PUMA del servicio de Búsqueda y Rescate (SAR) del Ejército del Aire y el Ecureuil medicalizado de Bomberos de Asturias, un modelo que cuenta en su currículum con rescates incluso en las alturas del monte Everest. También las cargas y descargas de agua del aparato anti incendios.

Contra la gravedad

Pero, sin duda, las mayores ovaciones se las llevaron los pilotos de vuelo acrobático, empezando por el campeón del mundo de la especialidad, Ramón Alonso, quien realizó una exhibición que retaba todos los límites de la gravedad: giros sobre cualquier eje imaginable (transversal, horizontal, diagonal) e instantes en los que su avión parecía estar en caída libre, si no fuera porque lo hacía hacia arriba. Le dieron la réplica los miembros de la denominada patrulla Culebra, en su caso con una actuación en pareja.

Las acrobacias en grupo llegaron de manos de las patrullas militares ASPA -con helicópteros colibrí- y Águila -con aviones CASA C-101-, que realizaron espectaculares ejercicios de vuelo en formación, cruces y roturas, para acabar dibujando con humo la enseña nacional.

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